Si sos o fuiste víctima del "ghosting", quiero compartir con vos una nota que escribí hace unos años, cuando aún me hallaba en plena soltería.
Espero que la disfrutes.
Y dice así...:
Es posible que ni la fanática más acérrima de SATC recuerde al personaje de Elizabeth.
Y es que, ella aparece solo en el primer capitulo de la primera temporada y de manera fugaz.
Su caso es muy simple: inglesa, conoce a un norteamericano, se enamoran y empiezan a salir. Sin vueltas, a las dos semanas él ya le presenta a sus padres, la llama todos los días y hasta fantasea con cómo serán los hijos de ambos, hasta que un buen día el cretino le cancela una salida y nunca más vuelve a aparecer.
Como yo soy víctima de una historia semejante, cuando hace poco volví a ver este capítulo me sentí un poco mejor. No estoy loca, pensé. No soy la única mujer a la que le vendieron un cuento de rosas que se disipó más rápido que lo que tardo en romper la dieta. Luego de ver que varias amigas eran víctimas de historias semejantes, llegué a una conclusión: mujeres, hay una nueva especie masculina en la ciudad. “El fugitivo”.
Sí, esos. Los canallas. Los que te juran amor eterno, insisten semanas enteras para invitarte a salir, cuando finalmente lo logran se muestran súper enganchados… hasta que de repente y sin aviso dejan de llamar. ¿Murieron? ¿Los secuestraron? ¿Qué pasó?
Ojo, no hablo de un caso totalmente lícito como la gradual falta de interés. No, señores, yo hablo de los que inflan sus sentimientos, se hacen los románticos y de repente se evaporan. Lo que choca es el contraste, porque todo venía brutal. Ya habíamos salido algunas veces, la química estaba –y de sobra– y, lo que es más frustrante, era él quien parecía más a full.
"Olvidate, mañana me llama de vuelta", le afirmabas a tu amiga; y no por ciega oarrogante, sino porque el candidato daba todas-las-señales-que-sabemos-de-memoria y que indicaban un veredicto inapelable por parte de todo nuestro entorno social: “está re enganchado, muere por vos”. El que mensajeaba era él. El que llamaba era él.
¿Adivinen quién proponía verse? Él. ¿What pass? ¿De qué me perdí?
Ojo, vale hacer una aclaración: hay mujeres soñadoras que, en un afán desesperado de encontrar a su príncipe azul, elucubran historias disparatadas sin sustento alguno, porque la otra parte no les da bola y son ellas las que escuchan lo que quieren escuchar.
No me refiero a estas que, admito, no me dan mucha lástima (chicas, el romanticismo ciego ya fue), sino a las responsables, precavidas, que luego de varias historias frustradas ya perdieron toda la ingenuidad… Pobres, ellas, que amén de haber tomado todos los recaudos posibles, de repente se encuentran revisando cuanto cartón de leche yankee se cruza en sus caminos en busca de aquel flaco que parecía tan enganchado y no llamó más.
Admito que a mí me pasó. Caí. Al poco tiempo de haber cortado me invitó a salir uno de los hombres más espléndidos que vi en mi vida; buen mozo, simpático, sensible, actor. Primera salida: fuimos a ver un recital y nos quedamos charlando hasta las cinco de la mañana. Segunda salida: me invitó al cine y a comer. Llegamos a casa y me dio un
regalo: "Te compré un libro de Walt Whitman". ¿Qué? Esto es genial, pensé. Ni siquiera intentó chapar. ¿Tercera salida? De vuelta a comer y después dvd. Cabe aclarar que vimos Jumanji y me la fumé enterita. Así de bien me porté.
Al día siguiente, me manda un mail con una canción que me había escrito. Sí, sí: dedicada para mí. A esta altura, muchas ya habrían freakeado, ¿no? Pero el chico era tan buen mozo y –supuestamente– tan artista y sensible, que me dije... bueno, lo vamos a perdonar, después de todo, no hago otra cosa que quejarme de los mujeriegos cancheritos, se ve que este está enganchado.
¿Cuarta salida? A bailar a Niceto solos hasta las seis. ¿Quinta? Teatro. ¿Sexta? (¡Sí! Hubo sexta, goddamit), al cine y a comer, una vez más. Al día siguiente, me manda la canción, esta vez cantada por él. Hasta la grabó con guitarra de fondo y arreglo de dos voces, el muy cretino.
¿Cómo termina la historia? Me invita a salir un lunes y me cancela a último momento.
“Perdoname, se me complicó, por favor veámonos el miércoles”. Ok. Me sentí un poco idiota por haber estado todo el día esperando salir del laburo para ir a verlo, maquillaje y outfit cuidadosamente seleccionados desde la noche anterior y gilette en la cartera para un último retoque. ¿Qué pasó el miércoles a última hora? Lo mismo. “Estoy gravemente herido” (¿!?¡) por favor, ¿podemos cancelar?”. Luché contra mi instinto
más básico de salir corriendo hasta la casa para revolearle a Whitman y la maldita guitarra por la cabeza, respiré hondo y le dije que estaba todo ok.
Nunca más apareció. No volvió a llamar. Ahí lo veo, a veces, conectado en su Facebook, subiendo fotos y poniendo likes y, apuesto, acechando a otras víctimas, ingenuas como yo.
En parte –gran parte– por orgullo, pero también por no creerle ni una palabra, decidí ni
perder el tiempo con planteos sobre qué corno le pasó. No quise ponerme en ese lugar.
Pero admito que sí pasé largas horas con amigos, elaborando posibles teorías sobre su comportamiento, que enumero a continuación.
Una amiga me propuso una primera hipótesis: “Es un gay enclosetado. Quiso forzarla y ver si se enganchaba pero a la larga cedió a sus instintos homosexuales”. Mmm, puede ser. Después de todo, el actorcito no parecía tan macho. Pero estos casos son los menos.
Next.
“Hubo un malentendido por la tecnología”. Se le rompió el teléfono, perdió mi número o alguien me robó el celular y le mandó un mensaje que lo ofendió. Mmm. Rebuscado. Warning, porque esta teoría es la que suelen ofrecer nuestros seres queridos para consolarnos. No los escuchen, porque, como suelo repetir: “If he likes you, he’ll find a way...”.
En cambio, una teoría más factible es que nos hayan usado como desafío y, al tenernos,
se hayan aburrido. Solo les divertía el acecho. Mintieron sobre el futuro para conseguir lo que querían en el presente.
Momento, porque a esta altura cabe hacer una aclaración de importancia vital: hay dos tipos de fugitivos. Los que huyen porque jamás estuvieron enganchados y siempre supieron que te iban a dejar, y los que son sus propias víctimas, se creen sus mentiras de amor verdadero pero después (no tanto después, ¿eh? ¡a las míseras dos semanas!), desertan el inextricable campo de las dates.
Entre estos últimos, están los que les tienen fobia al compromiso, por ejemplo. Se asustan de su propia intensidad y deciden abrirse. Pero, ¿quién les pidió que fueran tan rápido? ¡Nosotras estábamos súper relajadas!
Un amigo me propuso otra teoría interesante: cuando el hombre sale con una mujer a la que respeta, por tener mucha gente en común (hermanos, primos, lo que sea), a veces prefiere cortarla antes de que la cosa se torne demasiado seria, porque saben que a la larga con nosotras solo pretenden salir un par de veces y ya. Quieren ser prolijos y no faltarnos el respeto, pero lo paradójico es que no hay peor falta de respeto que desaparecer sin previo aviso. ¿No?
De todas estas teorías, hay un caso que es el más frecuente de todos: apareció la ex.
Mujeres del mundo, sepan que por más química que tengamos con un nuevo candidato, jamás vamos a poder competir con las ex novias. Ellas. Las que reaparecen de las tinieblas con su aura intimidante y no hay absolutamente nada que podamos hacer al respecto, más que esperar a que la vuelta sea un fiasco y que nos vuelvan a llamar; aunque, ¿para qué quiero que me llames? Si en el fondo sos un sátrapa y deberías haberme avisado que volvías con tu ex.
Porque, y ahora va en serio, está perfecto que quieran retomar historias pasadas, pero el problema es la cobardía de no agarrar el teléfono y dar una explicación. Una vez me pasó que un flaco con el que recién empezaba a histeriquear me agarró y me dijo, de una: “Me encantás y te re invitaría a salir, pero estoy empezando a verme con mi ex novia y quiero hacer las cosas bien. Espero que me entiendas y que nos crucemos en otro momento”. Simple. Sincero. ¡Pero ni siquiera pretendo tanta frontalidad! Por como está el panorama hoy en día, con un mensajito me conformo…
Los casos son miles, y podría pasar horas intentando descifrar qué razón se esconde detrás de cada huida cobarde y poco viril. Pero aprendí que no tenemos que obsesionaros resolviendo el enigma de la Esfinge. Nuestro desafío es intentar no caer en el cinismo, pero sí estar atentas y saber que ellos, generalización mediante, no les dan tanto valor a sus palabras como nosotras, que tendremos otros defectos, sí, pero al menos entendemos la importancia de algunos temas; hablar de hijos no es poca cosa así que no da que a la semana no me vuelvas a llamar.
¿Mi consejo? Aprendan a prestar atención. Y no tanto a lo que ellos dicen, muchachas… sino a lo que les faltó por decir.
Ilustración: Carolina Díaz