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Charlemos de la soltería


La soltería es un bien muy preciado que uno solo debería resignar cuando realmente se enamora; pero hay épocas en que este bien se devalúa y una llega a preferir quedarse arropada en su casa, antes que encarar una noche de lentejuelas, delineador y una buena provisión de puchos y Beldent.

Repasemos el escenario número uno. Jueves a la noche. Al día siguiente hay que ir a trabajar. O a la facultad. O a ambas. Nuestras amigas novieras se juntan con sus parejitas a comer y a tomar agua mineral. Las solteras, en cambio, optan por probar suerte, una vez más, en algún boliche de renombre, que es probable que esté ubicado en la Costanera.

Llegamos y la música no decepciona, pero el nivel del chamullo es deplorable. Amén del “¿cuántos hermanos tenés?” o del tan gastado “¿sos modelo?”, a veces una tiene que tolerar frases tristes, del calibre de “¿sabías que mi amigo actuó en un video clip de Britney Spears?”. Dos cosas que responder a tan lastimera frase: primero, nada más patético que vender a tu amigo. Segundo, ser bailarín de Britney Spears no emana mucha testosterona, que digamos.

Ante tales comentarios, optamos por la opción más educada: sonreír, dar media vuelta, rajar. Sin embargo, los hombres muchas veces sienten que tienen el derecho de insistir. Nos persiguen, como si fuéramos sus presas. Pasamos al lado suyo y nos tocan el hombro, en el mejor de los casos.

Habrán notado, además, el pequeño detalle de que el rango etario que puebla los boliches es cada vez más bajo. Y es que, la mayoría de la gente de nuestra edad está de novia, casada o a punto de. Pero lo peor llega al día siguiente, cuando hay que levantarse después de haber salido y encarar un arduo día de responsabilidades; y aunque es cierto que algunas no tienen compromisos y pueden quedarse en pijama todo el día, lo cierto es que el cuerpo ya no responde como antes. Lejos quedaron los días en que salíamos de miércoles a sábados y el cuerpo estaba intacto. Es más, admito que hubo una época más feliz en que algún que otro domingo aventuré un entusiasta “¿quién sale hoy?”. Hoy, en cambio, después de cada salida necesito al menos una jornada para recuperarme.

El escenario número dos no es mucho más alentador: muchas optan por salir con cuanto hombre les charle por WhatsApp. Aunque es cierto que una gran amiga se puso de novia con el que parecía un navo por Facebook y en la vida real terminó siendo “lo más”, más cierto aún es que estos casos son la excepción; las redes sociales son un gran filtro gran y deberíamos hacer caso a nuestro instinto cuando nos indica que el que nos chatea con tanto ahínco en verdad es un gil. Y sino, pregúntenle a aquella amiga mía que decidió darle una chance al mocosito que la venía invitando desde hacía un tiempo, solo para que su salida fuera un fiasco. No solo tuvo que ir y volver en remis (y pagarlo ella, gracias), sino que el flaco aprovechó para llevarla a un restaurante en una locación remota (no porque el lugar estuviera bueno, sino porque ahí tenía canje), al que ni el remisero sabía llegar. Empapada porque, para colmo de males, se había largado el diluvio universal, mi amiga tuvo que bancarse una salida con el energúmeno que no hizo más que alardear y hablar de sí.

La opción número tres es armar un buen preboliche con amigos; pero pasa el tiempo, y es como si ya hubiéramos tachado a todo Buenos Aires: es muy raro que alguna amiga nuestra no haya salido, noviado y/o chapado con (al menos) un miembro de cada grupo. Además, pasa el tiempo y de repente ya no tienen tanta gracia los jueguitos, otrora célebres, en los que el único objetivo es buscar una forma más o menos rebuscada de ingerir la mayor cantidad posible de alcohol.

Pero a no desesperar, compañeras. No estamos solas en nuestro martirio. Ya pasarán las malas rachas y vendrán épocas mejores, en las que los hombres reinventarán sus formas de conquistarnos, habrá una oferta renovada de programas y nuestras amigas de novias volverán al ruedo con nosotras; porque ese es otro punto, no menor: a veces no nos queda otra que salir con la amiga de la hermana de nuestra prima, que es una de las pocas conocidas que están solteras y con la energía suficiente como para salir. O, si no, y no sé qué es peor: repasamos los contactos de nuestro celular y en un afán de no quedarnos solas el sábado a la noche, mensajeamos a cuanto chongo haya en la lista y traemos a la vida a cadáveres que bien sepultados deberían estar.

No quiero caer en la recomendación de alternativas trilladas, como son el aprovechar para salir a comer a lugares ricos, disfrutar de la variada oferta cultural de Buenos Aires o el frecuentar bares con buen vino y, de fondo, un poco de jazz. Pero lo cierto es que, por el momento, no se me ocurren muchas otras variantes, salvo aquel aliado que nunca falla: colarse en casamientos. La música es buena, los tragos son gratis y encima está incluida la pizza del bajón. A veces da fiaca vestirse para el evento, pero hay que admitir que hoy en día nuestros roperos tienen cada vez más vestidos que, aunque cortos (como bien se encarga de remarcar nuestro padre cada vez que nos ven salir emperifolladas), son perfectos para un despuésdelasdoce.

Ojo, a veces pasa que en los casamientos todo el mundo está, justamente, casado, y nos vemos solas, deprimidas porque cada churro que aparece vestido de traje viene con una escolta adosada. Pero lo cierto es que, al menos yo, prefiero arriesgarme y aburrirme en un casamiento, que probar suerte en aquel boliche de moda en el que los tragos son caros, la gente es siempre la misma y la odisea de escapar a las garras voraces de los hombres hacen que se nos rajen las Silvana, una vez más.

Creo que el problema es que muchas veintiañeras estamos en una edad de transición en la que ya no somos tan chicas como para salir todos los días, pero tampoco queremos sentirnos viejas y colgar las plataformas de la noche, las lentejuelas y el glamour. Nos vemos, entonces, sumidas en un gran dilema: ¿salir o dormir?

Ahora, si hay una sola cosa que está clara, es que por más aburrida que sea la racha que la soltería atraviesa, no hay nada peor que ponerse de novia solo para conformarse. A la larga, no hay peor soledad que aquella de estar de novias con alguien que no nos hace feliz. Y, aunque a veces me de pánico quedarme sola, afirmo orgullosa que con un buen tipo no me alcanza y que solo por miedo no me voy a contentar.


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