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Todo empieza por los pies

Antes que nada: perdón por la foto. Si hay una parte del cuerpo que no me gusta ver fotografiada, es el pie. A algunos les causa fetiche, a otros fobia. Hay culturas que han tenido altos mambos con estas extremidades y también hay disciplinas enteras dedicadas a su estudio, como la reflexología. Yo admito que de diez pies que veo, ocho me parecen feos. Y ni hablar del erizo que me produce que me rocen con los 👣... después de la mayonesa, nada me causa más asquete. Será por eso que trato de ser prolija con el cuidado de mis patitas, incluso en invierno, cuando están cubiertas. La gran Diana Vreeland decía que tener los pies bien hechos te hace caminar diferente. Calculo que esta extravagancia no se aplica a todas las personas pero a mí, sí. Además, AMO andar en patas, aunque haya estalactitas en el jardín. Tocar el piso con los pies me carga de buenísima energía y si el contacto es con la tierra, ¡mejor! Hasta hoy, puedo escuchar a papá repetirme, "dejá de andar en patas, te vas a enfermar....".


Para el cuidado de los pies creo que no hay mucha ciencia más que: prolijidad ante todo. Las uñas largas me parecen el peor crimen del buen gusto. Las llevo siempre al ras. En invierno, trato de darle descanso a los colores oscuros de esmalte, porque si te los dejás puestos mucho tiempo tiñen las uñas de amarillo... ew! -Tratá de exfoliarlos una vez por semana. La piel de los pies es de las más secas del cuerpo, así que no te olvides de ponerles crema a ellos también. Incluso podés invertir en alguna específicamente destinada a su cuidado. Entiendo si preferís ahorrar en este item. Si no, marcas como L'Occitane tienen buenos productos para la zona. Bliss hasta tiene unas medias ideales para humectar los pies con bálsamo: "Softening Socks". -Protegelos del sol. Típico, te embadurnás con crema por todo el cuerpo pero te olvidás de tus bellos piececitos que después tienen el empeine calcinado. -Masajealos. Mimalos. Cada vez más, en la diaria opto por calzado cómodo. Hasta hace poco, en general andaba con aaalgo de altura añadida en mi talón. Recuerdo esas rachas bolichesters en las que mis pies terminaban agotados después de tanta rumba subidos a las plataformas; me gustaba el ritual de la palangana con agua tibia de la tarde siguiente (a la mañana en esas épocas se dormía, vio). Hoy eso me pasa después de los casamientos y en los viajes, en los que pateo sin parar; siempre ando con curitas en la cartera, para que las ampollas no comploten contra mi entusiasmo viajero. Y me gusta darme el tiempo de agradecerles a mis pies todos los kilómetros recorridos. No se asusten, no estoy loca como esas minas que hablan con las tostadas. Me refiero a un par de masajitos, y ya. Si vienen de manos terceras, mejor. Y, en todos los casos, aunque no haya nada más incómodo que el dolor de pies, cuando me molestan es un buen síntoma: significa que la estoy pasando bien...


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