La vida nos regala muchas formas de hermandad. La más obvia es la literal: aquella que se da entre mujeres nacidas de padres en común. Pero con los años incorporamos nuevas hermanas; en general, se habla de las amigas del colegio, del laburo o de la facultad. Esas sí que son hermanas de la vida, y valen oro. Pero hay un tipo sobre el que no he leído nada escrito, y hoy quiero celebrar: las cuñadas. Si tenés una cuñada cómplice, compinche, compañera (todos esos com), déjame decirte que sos una suertuda. Una cuñada compinche es la que te banca en eventos familiares que a veces están buenos pero que otras, seamos francos, no. Una cuñada cómplice te ofrece ir a medias en el regalo para el suegro. Una cuñada compañera es la que te sabe aconsejar cuando discutiste con tu marido; después de todo, ella lo conoce en profundidad, y puede dar opiniones más objetivas que las de esa amiga que te adora pero que no sabe las internas. Una cuñada amorosa llora abrazada con vos si algo le pasa a tu hermano: ambas lo aman con todo su corazón. Y es que, quizás sea eso lo que te une tanto con tus cuñadas. Todos los amores que tienen en común. Porque no hablo solo de las esposas de los hermanos de tu marido; si sos doblemente suertuda, también te llevás bien con la que tu hermano eligió como mujer. Una cuñada empática está atenta a lo que pasa en tu vida. Se le cae un mensaje cuando tenés entrevista de laburo y te cocina una torta cuando cumplís 32. Las cuñadas con mayúscula palpitan tu casamiento con vos y quizás hasta se emocionaron -y ayudaron- más que esa amiga que tenías desde siempre. A veces, terminás una relación y lo que más duele es la cuñada que ya no es... Las cuñadas no se eligen y no siempre te toca la que querés. Pero si tenés esa suerte... agradécele al universo y, sobre todo, hacéselos saber.