Hubo una sola vez en mi vida en que sentí vergüenza de ser argentina. Fue en México, en un viaje con amigas. No sé qué habremos hecho los argentinos en la Península del Yucatán, pero cada vez que decíamos cuál era nuestro país, nos devolvían muecas de desagrado, al punto de que después de unos días optábamos por declararnos uruguayas.
Esa fue la única vez. Tuve la suerte de viajar por el mundo y, en cada rincón al que voy, digo que soy argentina y se me infla el pecho de orgullo. En Australia, en el 2004, cuando todavía Sydney no estaba poblada por argentinos, ser oriunda de nuestro querido país me abrió las puertas a nuevos amigos, interesados por nuestra cultura, nuestro acento y carisma. Hasta los ojos marrones me ponderaron, como exóticos. En Inglaterra, lejos de sentir la supuesta frialdad local, me topé con gente interesada, atraída por nuestra idiosincracia. Y así podría seguir, etcétera, etcétera.
Claro que hay muchos que no nos ubican en el mapa, nos confunden con Brasil o que no saben bien qué destacarnos, más que a Messi o el Che (me reservo los comentarios). Pero no me molesta: al revés. Viajo y me siento embajadora de mi país, responsable de mostrarle al mundo todo eso que tenemos para ofrecer.
En un ensayo que me fascina, dice Borges que, al igual que los irlandeses, los argentinos contamos con una ventaja; al ser un país nuevo y alejado del centro, eso nos dio libertad para desplegarnos y ser parte de toda la cultura occidental, no sólo de la española; nos dio soltura para ser irreverentes respecto de la tradición. Coincido con él y creo que ese es, en parte, nuestro encanto. Sacando de lado la "viveza criolla", de la que NO me enorgullezco, sí celebro el carisma argento. La chispa. La cintura para lidiar con las crisis, a nivel nacional o personal. Amo nuestra comida, nuestro acento y los paisajes del interior, al que todavía me debo conocer en profundidad. Amo Buenos Aires, cada uno de sus barrios y a los escritores que supo engendrar. Y hay muchas cosas que no amo. La lista de todo lo que nos falta por evolucionar como nación es eteeerna, tanto o más que las bellezas de las que nos pavoneamos. No somos perfectos y no sé si algún día maduraremos, como pueblo. Pero de mis padres heredé el amor por nuestra patria, imperfecta y todo, como es... Hoy, la celebro a la distancia, y la ilustro con esta bellísima imagen de mi amiga @manezorraquin.